A pesar de que la educación me ha interesado desde siempre y desde que recuerdo he añorado un cambio profundo en el sistema, y aunque no me rindo, soy realmente poco optimista.
Estoy convencida de que nada cambiará mientras los ciudadanos no cambiemos. Es imprescindible darnos cuenta de que la educación nos afecta a todos, tengamos niños o no, seamos o no docentes. Es tan importante como la salud.
La educación, como todos sabemos, está muy politizada, y lo está con nuestro beneplácito puesto que también adoptamos posturas politizadas. Lo que deciden las administraciones en esta materia está bien o mal según seamos más o menos afines con el criterio político de cada una de ellas.
Aquellos que apoyan una educación privada o subvencionada, a menudo alegan que la educación pública es mediocre y me fascina porque ¿cómo puede nadie estar conforme y no revelarse contra una educación pública mediocre si la estamos pagando con nuestros impuestos? ¿Por qué nos conformamos con pagar impuestos por algo que creemos que no nos sirve?
Sin embargo, cuando se emplean nuestros impuestos para subvencionar colegios privados, hacemos la vista gorda porque aceptamos que ahora sí están a nuestro servicio obviando que en ocasión, así también permitimos el uso lucrativo que de ellos se hacen por parte de algunos colegios.
A la hora de la verdad, la cuestión es que, público, privado o concertado, el SISTEMA sigue sin funcionar, porque, recordemos que es el huevo lo que está podrido y el fuero contaminado.
Está claro que no somos una sociedad cohesionada. No miramos el bien común. Buscamos salvarnos individualmente de la quema y si lo logramos, miramos para otro lado.
El sangrante negocio de las editoriales respaldadas por los colegios en perjuicio de todos, año tras año, lo asumimos. ¿Por qué consentimos eso? Es humillante el abuso por parte de unos, consentido por otros y aplaudidos por las administraciones. Que alguien me lo explique. ¿Para cuándo libros “genéricos” como se hizo con los medicamentos? También la criba sistemática y discriminatoria de alumnos en muchos centros concertados porque deben mantener un caché a toda costa, lo sabemos y lo consentimos, a pesar de que funcionan gracias a nuestros impuestos. No en vano, es un negocio, donde el tráfico de influencias es tanto o más vergonzante - porque se trata de niños - que los casos que salen a diario en la prensa, y lo aceptamos con mayor o menor resignación. Y ni siquiera lo hacemos a cambio de una buena educación.
Idealmente, defiendo una educación pública de calidad, pero confieso que dadas las circunstancias, como la incompatibilidad de conciliar el trabajo y la familia por ejemplo - otra batalla sin librar aún - tampoco creo que eliminar la educación subvencionada resuelva nada. En mi opinión, lo que se debe exigir es que el sistema sea eficiente. Que la educación sea de calidad y principalmente que sea innovadora, motivadora, estimulante, que tenga los mejores profesionales y a la altura del siglo XXI y no ésta discriminatoria, obsoleta y pobre. Cuando al alumno se le respete por todo lo que es capaz de ser y desarrollar y no sólo por su capacidad de memorizar y escupir lo memorizado. Si esto se lograra puede que diera igual un centro u otro porque se garantizaría la EDUCACIÓN por encima de todo. Sería un proceso natural que pondría las cosas en su sitio.
Para ello, tendríamos que dejar de mirarnos el ombligo , mirar alrededor y darnos cuenta de que somos una sociedad que debiera estar unida para que nos respeten, por nuestro propio bien y orgullo, porque ellos, los políticos, cualquiera de ellos, lo tienen muy, muy claro: “divide y vencerás” y manipularás a tu antojo. Ellos, todos, tienen algo en común. Ambición, falta de escrúpulos, mediocridad y los bolsillos llenos.
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